Stefy: El reactivo para que se produzca una reacción química

Algo que me gusta particularmente del "mundo escort" es que me permite relacionarme con damas que, por cuestiones culturales, etarias, sociales, etc, no podría conocer en otros lugares, ya que seguramente frecuentemos ámbitos diferentes en nuestras respectivas "vidas reales". Es más, quizás ese momento de placer sexual que compartimos sea el único punto en común que tengamos. Fuera de eso, probablemente, nuestros universos sean diametralmente opuestos y ni siquiera tengan un aproximamiento tangencial.

Stefy, por el contrario, es esa clase de mina con la cual tranquilamente podría salir la persona real que se encuentra detrás de Lord Carrington. Al verla, creo poder cruzarla en cualquiera de mis lugares cotidianos y compartir gustos en común. Eso sí, las fotos de la publicación no tienen nada que ver con la dama. De hecho, dudo que sea ella la de las imágenes. Poco me importa. La flaca me encanta. Pero al que no la conozca, quizás le llame la atención que le abra la puerta una mina rubia, que poco tiene que ver con la morocha de Baires. Me da la impresión que esa dualidad, entre imágenes y mujer real, es más para disimular su identidad que para embellecer una figura que no necesita ser mejorada.

Ella es una mina cercana a los 40 (que no los aparenta para nada) con un físico armónico donde destacan unas tetas hermosas y una cola apetecible. Siempre prolijamente maquillada, sabe resaltar sus finos rasgos y su espontánea sonrisa. A pesar de todos sus atributos físicos el mayor valor agregado es su simpatía. Creo que ahí Stefy marca una diferencia notable con sus colegas. La forma en que te recibe, la charla y la familiaridad en el trato ya te predispone a pasar un buen momento.

Sin embargo, existen algunos puntos que creo importante destacar:

1) No es escort. Es una masajista que garcha. Parece una sutil argucia semántica pero es importante recalcarlo. En el speech de presentación te pasa el arancel por una sesión de masajes con relax manual por $35.000. El resto, ya con otro precio, es aparte del masaje. Oral o "participación” (odio esa palabra) por $70.000. El texto da a entender que el masaje es la actividad principal y lo demás el complemento. Resumen: Un masaje y un polvo. En lo particular, el masaje para mí es un trámite ineludible que, muy a mi pesar, debo afrontar. Cuando uno la conoce a Stefy se da cuenta que tiene la flexibilidad de saltar algunas cosas pero tampoco podés estar un hora completa garchándotela.

2) El oral lo hace CON. A veces hace excepciones, no sé si de acuerdo al cliente o a la confianza que tenga. En mis primeras visitas me tuve que bancar la chupada de pija con forrito. Con el tiempo esto cambió. Esta última vuelta me pegó una chupada SIN que me volvió loco. Para el que no la conoce es bueno saberlo para evitar sorpresas.

3) El edificio es precario. Casi diría con un aire tumbero. Los dos contenedores repletos de basura justo en la puerta tampoco ayudan al paisaje. La última vez que fui (en pleno día) un par de muchachos revolviendo los residuos y un tercero meando entre medio de las bolsas le terminaban de dar un toque surrealista a la escena. El interior es una mezcla poco estética de viviendas, ex-oficinas y vaya a saber uno qué otras cosas. El olor a comida en los pasillos es más propio de una torre en Dock Sud que del Palacio San Martín. Si uno logra superar la mueca de desagrado ante la estética del lugar y continuar el trayecto, verá su premio al final. El departamento (dentro de sus limitaciones) está bien cuidado. Las instalaciones están ambientadas como gabinetes de masajes. Comparte locación con dos compañeras. Las habitaciones son chicas y tienen camillas. Quizás, con un eventual golpe de "suerte", se pueda conseguir la habitación grande con tatami. Otro implemento incómodo para coger. Mi fantasía es por demás humilde, poder cogerme a Stefy en una cama. Debe ser la fantasía más básica que tuve en toda mi vida. Depende el horario que uno vaya el tránsito dentro del departamento puede ser caótico. Puertas que se abren y se cierran, voces masculinas y femeninas, coordinación para usar el baño, etc, etc. Aunque cada una de las damas se maneja de forma independiente, el lugar puede ser lo más parecido a un privado por el caos reinante. Una mina como Stefy, claramente, desentona en ese lugar.

4) Por último, y no menos importante, Stefy empezó a implementar el cobro de seña para los clientes nuevos. Si no te conoce tenés dos opciones. O reservas en el momento (y si está libre pasás) o pagás seña y reservás con anticipación. No voy a entablar un debate sobre el tema. En varias oportunidades di mi opinión. En lo que a mí respecta no pago adelantos. Todo en el momento, todo en efectivo. De todas formas, entiendo los argumentos de las chicas al respecto. Muchas escorts conocidas me han contado los desplantes que tienen. Se están perdiendo los códigos de ambos lados. En fin…

A la hora acordada le toqué el timbre y me hizo pasar. El portero humano no interviene, apenas responde el saludo. Ascensor y bajo en el piso. Acá hay algo extraño. Para acceder al departamento de Stefy hay otra puerta de vidrio con otro timbre. Sorteado este último obstáculo se accede al pasillo que lleva a la morada de la dama. Ella abre la puerta. Siempre sonriendo y haciendo gala de su simpatía. Ya te predispone a pasar un buen momento. Fuimos a la habitación (o gabinete) del fondo, que está cerca del baño. Ducha y, un poco a mi pesar, me acosté en la camilla para afrontar el masaje. Me la quería coger ahí mismo, pero mantuve un cierto grado de cortesía pensando que estoy visitando a una masajista. No soy un experto en el rubro para calificar los masajes. Otros colegas tienen más experiencia que yo en este rubro y podrían hacerlo con más exactitud. Cuando Stefy se puso en la cabecera aproveché para acariciarla. Tener una mujer, que me resulte atractiva tocándome a través de los masajes, causa en mí el efecto inverso que se supone debería causar. En lugar de relajarme, me tensiona. Ese estrés sexual que me provoca anula el efecto descontracturante del masaje. Como si el cavernícola oculto se despertara de golpe con la fijación que querer coger. Soporté lo mejor que pude la sesión hasta que unilateralmente la di por terminada dándome vuelta. Ya tenía la pija completamente parada. Me senté en la camilla, la acerqué a Stefy hacia mí y empezamos a besarnos sin ningún tipo de sutileza. La dama no se amedrentó y me agarró la chota amasándola sin inhibiciones. Me paré. Ella se puso de espaldas. Le apoyé la pija en el culo y se la empecé a frotar mientras le manoseaba las tetas y le daba besos en el cuello. En estos momentos es cuando más desearía tener una cama, pero bueno...hay que ser creativo. Me senté en la camilla de vuelta. Ella me chupó frenéticamente la pija. La dejé un buen rato. Invertimos roles. Se sentó, le abrí las piernas y fue mi turno de darle placer oral. En un momento me dijo: “Acostate”. Me puse boca arriba en la camilla. Se subió encima en un 69. Yo le chupaba la concha y el orto. Ella me hacía un oral y alternaba con una buena paja. Sentía sus suaves gemidos acompañados de sus movimientos de pelvis sobre mi cara. Ya tenía el forro a mano. Dejó de golpe de chupar y me dijo: “Quedate así”. Me colocó protección y se montó encima. Me cogió ella a mí. No sé cuánto estuvo así. Una eternidad o un simple instante. Tiene la capacidad de hacerme perder la noción del tiempo. Como si entrara en otra dimensión ¡Puta madre! De vuelta, quiero una cama. Ahora estamos de vuelta parados al lado de la camilla. No sé cómo carajo llegamos ahí. Otra vez nos besamos como si nos gustáramos. Bueno...ella me gusta. Yo, supongo, debo ser apenas un cliente más. Lo disimula muy bien. La hago inclinarse contra la camilla. La penetro desde atrás. Stefy empieza a usar un lenguaje explícito que me pone más caliente todavía. Le quiero acabar en las tetas. Ella se arrodilla. Me saca el forro y me la empieza a chupar. Cuando siento que estoy por acabar se la saco de la boca y le apunto a las tetas. Le dejo todo el enchastre en los pechos. Ella se pasa las manos para distribuirla mejor. Me agarra la cabeza de la pija, me la exprime y se la pasa por las tetas. No me deja una sola gota. Todas mis reservas de semen quedaron en sus pechos y en sus manos. Me sonríe y se va a duchar. Yo quedo sentado en la camilla en estado de trance. Stefy es como un reactivo. Depende que con que sustancia se cruce puede generar una reacción química o no. Depende la afinidad que uno tenga, como en la tabla periódica. En mi caso, es casi una reacción nuclear.

Me doy una última ducha, nos damos los últimos besos de despedida y al salir la veo de nuevo impecablemente producida, y con su inconfundible sonrisa, dándome el último adiós. Esta dama fina y de modales suaves es la misma que tenía hace unos instantes mi semen desparramado en las tetas. Esa versatilidad me enamora. Salgo del edificio. El caluroso sol de diciembre y el ajetreo del microcentro intentan romper sin éxito la burbuja que me produjo la visita a Stefy. Sigo en una dimensión paralela. Quizás, algún transeúnte que saque por un instante la vista de su celular, y me vea, se pregunte por qué carajo ese tipo que acaba de salir del edificio tumbero camina por la calle con esa sonrisa idiota dibujada en la cara.

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