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[XP] [XP] ZAMARA: LA SOLEDAD DE FACUNDO
27-Aug-2008, 15:54
Relato de ficción con XP de sexo explícito real
Facundo Martínez y Vives nació en un hogar humilde, de gallegos laburantes de ocasos lunares, al despertar y soles somnolientos, al terminar. Su padre puso una fonda y la madre trabajó por horas, en hogares caretas.
Más tarde el padre progresó y adquirió un hotelucho en la calle Tacuarí al xxx. En cinco años tenía dos hoteles y en el momento que Facundo cumplió los 16 años, don Martínez contaba con once hoteles y cuatro restaurantes.
Cuando ingresó a la Facultad de Ciencias Económicas, los ingresos familiares mensuales tenían cinco ceros, un verdadero potentado, por ese entonces. Era la época del Primer Plan Quinquenal y entre padre e hijo montaron una pequeña empresa constructora. Obtuvieron un contrato para realizar algunas de las 76.000 obras públicas que se hicieron en esos cinco años.
Al salir con el título bajo el brazo, los padres lloraron como niños. Ellos jamás pudieron terminar la escuela primaria, pero a puro esfuerzo y tenacidad lograron que Facundo se recibiera.
Por ese entonces, el flamante profesional, se casó con una compañera de estudios. El matrimonio fue un fracaso. Ella tenía vergüenza de los padres de él. Detestaba la ignorancia de la madre y la inteligencia comercial de don Martínez. Los acusaba de “chatura intelectual” y de “gallegos peronistas de mierda”. Un día Facundo se hartó y la puso de patitas en la calle. Año después conoció a Jorgelina y la cosa cambió. Tuvieron tres hijos: dos mujeres y un varón. Facundo Martínez y Vives era el hombre más feliz del mundo, hasta el bombardeo de Plaza de Mayo. Jorgelina es alcanzada por la metralla de una bomba y muere con su hija menor en brazos, tratando de huir del ataque de la aviación genocida.
Fue un momento difícil de superar. A los tres meses fallece su madre y al año su padre. Debió hacerse cargo de las empresas y lo hizo con tino y gran visión empresaria. Esto lo salvó del calabozo, cuando los asesinos de la “Libertadora” descubrieron que había ayudado escapar del país a más de una docena de sus obreros y empleados, evitando que sean víctimas de los fusiladotes de entonces. Los dictadores necesitan de los empresarios de la construcción y metalurgia (Facundo se había desprendido de los hoteles e hizo inversiones en la industria del acero).
Toda su vida emuló a sus padres. Llegaba a la oficina a las 6,30 o 7 horas y se retiraba pasada las 21. Amasó una considerable fortuna, pero descuidó la educación familiar de sus hijos. En Agosto del xxxx, a los 88 años de edad, don Facundo contaba con acciones en dos bancos, una industria metalmecánica, una constructora y un área importante de plantaciones de pinos y eucaliptos. Ya en el ocaso de su vida y con tres matrimonios sin final feliz, tenía a su hija internada en un neuropsiquiátrico para drogadictos y un hijo que jamás veía, (salvo cuando necesitaba que le solucione problemas dinerarios o una firma para garantías, casi siempre ejecutadas).
Cuando ingresé al dormitorio lo encontré entubado, con un enfermero permanente sentado en el pasillo y una mesa de luz llena de frascos con medicinas.
-“Hola, Total…” -me dijo con una mueca que deseaba ser una sonrisa. –“¿Hace cuanto nos conocemos?”
-“Creo que hace mucho, Facundo. Porque me acuerdo del Operativo Cóndor que financiaste. Y eso fue en los años 60…Yo recién salía del secundario”
-“Me había olvidado de eso. Pero sólo ayudé con dinero. García se llevó las palmas con la exclusiva de Crónica…”
-“Fue un acto heroico desviar un avión hasta Malvinas para izar nuestra enseña patria. Vos fuiste el mentor, Facundo, algún día la historia te lo reconocerá…”- le dije.
-“Es que esos chicos tenían tanto entusiasmo y audacia…”
-“Eran jóvenes, con ideales, algo que escasea hoy…Pero también estuviste ayudando cuando lo del sable de San Martín…”
-“Esos también tenían ideales y cojones. Mira que robar el sable de San Martín del mismo Regimiento Granaderos…” –una tos ronca cortó la frase. –No me queda mucho tiempo, Total…”
-“No hables, Facundo. Apenas puedes…”
-“¡Dejame que hable. Necesito saber que aún estoy vivo!. Que mi vida no pasó en vano y que mis hijos no fundirán todo lo que hemos construido con sus abuelos…”
Tomé su mano temblorosa. La frialdad de la piel me sorprendió. La tos volvió a aparecer. El enfermero ingresó al dormitorio y le alcanzó una medida de jarabe.
-“Falta poco para partir, Total…”
-“No hables de eso, Facundo.”
-“No le tengo miedo a la muerte. Nunca lo tuve. Sólo le tengo miedo al tiempo, al reloj que no se detiene. A la rutina que no me dejó vivir. A la familia que nunca pude formar. Al desamor de mis hijos. Una, loca. Otro, acusándome de la muerte de su madre y hermanita, como si yo las obligué ir a Plaza de Mayo…”
-“Perdona, pero siempre consideré a Juan Manuel un imbécil que no valora todo lo que tiene…”
-“Y ahora, cuando el árbol tiene una sola hoja seca a punto de perderse en el viento, me encuentro sin la caricia de una mujer o de un hijo que me quiera…”
Sentí la emoción y la humedad de mis ojos. Morir no es un castigo. Es el paso natural de todo ser viviente. Pero morir sin amor, sin cariño, en soledad, rodeado de aparatos y tubos con líquidos extraños. Trabajar, crear, construir, fabricar, acumular tanto para… esto. La pena me embargaba. Apreté sus manos con las mías.
-“Total. Necesito morir sintiendo el calor de una piel de mujer. Necesito que me acaricien hasta el final. Necesito sentirme un ser humano como cualquier otro…Y no me quedan días. Me quedan horas…” –las lágrimas eran dos surcos zigzagueantes entre las arrugas del rostro. –“Sólo horas…quiero morir amado, aunque sea falso, teatral. Necesito sentir cómo es eso…Por favor, Total…” –tomó un sobre debajo de almohada y me lo extendió.
Lo abrí. Era un cheque al portador.
-“Es mucho, Facundo…” –dije balbuceando.
-“No pierdas tiempo… es lo que no me sobra…”
Salí y de inmediato me contacté con Zamara a quién le expliqué la situación. Aceptó de inmediato. Pasé a buscarla con el auto por Viamonte 8… Traía una mochila mediana.
-“Por si debo quedarme más tiempo…” –me dijo cuando la arrojaba al asiento trasero.
-“Lo veo muy mal. No creo que sobreviva un día más. Las drogas lo mantienen lúcido, pero su corazón ya no corrige la arritmia. Es un gran tipo, te agradezco algo así. No es un trabajo agradable.”
Cuando Zamara ingresó al dormitorio, don Facundo dormitaba. Nos acercamos casi en puntas de pie, pero lo mismo escuchó los pasos y entreabrió los ojos.
-“¡Camila! Gracias por venir, hija…”-dijo al ver a Zamara, luego dirigió los ojos hacia mi. –“Te esperaba, Juan Manuel…”
Nunca supimos si mentía o estaba en la etapa de desconocer las personas que veía.
-“Aquí estoy, papá”. –le dijo Zamy dándole un beso en la frente, mientras tomaba el rostro de Facundo entre sus manos.
-“¡Hija, cuánto tiempo sin visitar a tu viejo…” –las lágrimas humedecieron sus mejillas.
Tomé sus manos y acaricié los cabellos cargados de tiempo. –“Perdóname, todo el tiempo que no vine a verte, papá… pero…”
-“No importa, hijo…”-la tos volvió a convulsionar su frágil cuerpo –“Estás aquí… estamos…juntos”
-“Siempre estaremos junto a vos, papi” –Zamy acariciaba el rostro del anciano y recostaba su cabeza sobre el hombro del moribundo.
Quedamos un rato los tres en silencio, escuchando sólo el sonido de una respiración desigual y cada vez más espaciada. Facundo abrió los ojos. Los tenía totalmente empapados en lágrimas.
-“¡Por fin!” –susurró- ¡”Por fin. Mis hijos me aman… Por fin… Mis hijos… me…aman”! –su voz se hizo imperceptible.
Y con los ojos abiertos, se bebió la eternidad en un sorbo.
Zamy no dejaba de acariciar el rostro inerte, llorando sin poder parar.
-“Pobre, viejo… Una da tanto a los vivos y apenas unas caricias alegraron la muerte de un anciano…”
El enfermero tomó el pulso de muñeca y cuello. Quitó el entubado y cubrió el rostro de Facundo con el extremo de la sábana.
El coqueto cementerio de Pilar estaba cubierto por un cielo plomizo y amenazante. El sepulcro abierto se aprestaba a recibir el féretro. Unas treinta personas: colaboradores, gerentes, empresarios amigos. Al frente, secándose los ojos con pañuelos sin humedad lagrimal, los dos hijos abrazados: Camila y Juan Manuel, con hipócrita tristeza a dúo. Para la foto.
Y atrás, a cincuenta o sesenta metros, entre dos olmos gigantes, una figura femenina. Delgada, vestida con un trajecito marrón oscuro y un pañuelo negro alrededor del cuello.
Cuando el último puñado de tierra cayó sobre el cajón, caminé hacia ella.
-“Hola Zamy…” –le dije- “No esperaba verte por aquí…”
-“Quería ver este show de los hijos…Sabía que vendrían y quería conocerlos para nunca cruzarme con semejantes hijos de puta”
Subimos al auto y nos dirigimos hacia Viamonte al xxx.
-“Creo que Facundo murió de felicidad…”
-“¿Cómo?”
-“Tantos años de soledad, pidiendo el auxilio de cariño y amor. Y al final encontrarlo todo de golpe. ‘Hijos’ que lo acarician, que lo besan, que lo abrazan… Murió de felicidad. Y nosotros le llevamos esa felicidad…-le sonreí y se le iluminó la cara con esa maravillosa sonrisa que multiplica su belleza.
Ya en el departamento me acosa con un beso profundo, de lengua curiosa por descubrir las dimensiones de mi garganta. Beso prolongado, como si los segundos no pasaran. Como si el tiempo que Facundo quería paralizar hasta encontrar lo que buscaba, se hubiese transformado en una imagen fotográfica, en una instantánea eterna y permanente.
Nuestras ropas fueron cayendo. Poco a poco. Con la sutileza de no romper con apresuramientos torpes, el momento que vendría. Y los besos y caricias de Zamy por mi rostro, mis mejillas, pecho, manos, párpados. Besos que parecían alas marginales de pétalos perfumados estallando al roce sutil de los labios carmesí.
Bajé a sus pechos y absorbí los pezones enormes, que gritaban ser lamidos y chupados, ante el placer de la fémina, que gozaba entre suspiros y palabras guarras.
Caí sobre la cama y me quitó boxer. Tomó el miembro entre sus labios y comenzó a succionarlo con suavidad, mucho labio, saliva y lengua, sin pudor ni lástima.
Tragó el glande sin tocarlo con los dientes, como si respetase la presencia del órgano que pasaría a degustar por otras latitudes del cuerpo.
Todo siguió un orden pre establecido por el decanato del placer.
Todo continuó hasta que se arrodilló dejando mi rostro a la altura de su sexo. Más de 10 minutos haciendo que Zamy gimiera de placer mientras movía su cintura para conseguir mejor contacto con su clítoris y punto G.
Los brazos extendidos apoyados en la pared y el baile pélvico que desparramaba jugos sobre mi boca la llevó al frenesí descontrolado, como si mil tambores sonaran en danza tribal y la bella guaraní entrara en un trance del que no deseaba salir.
Desesperada tomó el preservativo y rápidamente cubrió de látex el miembro, aprovechando para sentarse sobre él y comenzar una cabalgata diciendo las sandeces normales en situación similar.
No sé si fueron orgasmos reales o fingidos. No me considero un experto en la materia. Sólo un amateur de traza continuada. Ella podría confirmar si fueron dos o tres, ¿tal vez cuatro?, los momentos de éxtasis donde sentí latir el interior de la vagina, ya sea con mi lengua ya sea con el miembro.
Cuando todo estaba por suceder. Cuando la unión de cuerpos, sudores y gemidos preanunciaban la erupción. Cuando el glande comenzó a hincharse para escupir el líquido seminal, Zamy desmontó, quitó de un tirón el látex y volvió a chupar con fuerzas mientras pedía a gritos de dientes apretados, ser mojada en sus pechos.
No pude observar si así fue.
El momento sublime nubló mi visión.
Una fuerza incontenible que un todo natural maneja, contrajo mis músculos y ahogó el grito de placer que escapó del más allá de la garganta.
Cuando traspuse la puerta dejamos una promesa mutua.
Habíamos vivido una experiencia diferente, mágica, extraña. Percibimos la muerte, con su justicia natural que todo lo hermana. Observamos la alegría de un anciano, al borde del abismo sin final, por esa piadosa mentira que lo hizo trasponer la vida con una sonrisa. Vimos la hipocresía de quienes abandonan de amor y cariño, a los progenitores solos de canas blancas.
Vivimos un romance sexual como torbellino erótico cargado de desenfreno.
Zamara, ángel blanco de ojos conquistadores. Gracias por tu alegría contagiosa y todo lo que fuimos juntos.-
Total.esunratito