[XP] SEXO EN LA FOSA DE MAGALLANES

Relato de ficción con sexo real explícito.

Nadie podría describirlo mejor si no lo hubiésemos visto con nuestros propios ojos. Estábamos allí. Donde muere la corriente cálida que baja desde el Cuerno de Pernambuco, bordea Brasil y Uruguay, roza las playas de Monte Hermoso, gira cerca de los bancos de arena cercanos a Bahía Blanca, recorre la Patagonia y fenece en la Fosa de Magallanes. Un poco más hacia el Oeste de donde se señalara su hundimiento.
Allí estaba, inclinado a estribor, en un fondo de arena blanca iluminada por los faros del “Explorador del Sur”, nuestro mini submarino de investigación. Los restos cargado de herrumbre y algas del crucero “General Perón”, el mismo que después del 55 se rebautizó con el nombre de “General Belgrano”. Uno de los tantos motivos que la Tatcher usó de excusa para ordenar su hundimiento. Cumplía, así, el mandato de Churchil, en la reunión de Yalta, (el día que los aliados se repartieron el mundo) cuando Stálin le pregunta, frente a Rooselvet, “¿Y qué hacemos con Perón?”, a lo que el Primer Ministro inglés le responde: “Dejen que yo lo destruyo”.
-“Es enorme…” –dijo Abhril
-“La corriente es muy fuerte para acercarnos más.” –explicó el Capitán Márquez, que junto al conductor, Guardiamarina Figlóssi, buscaban obtener las mejores tomas de los daños causados por los torpedos hilo guiados que, en xxxx, mandaron a pique el barco más grande de nuestra Marina de Guerra.
La cámara que manejaba mi compañera no cesaba de capturar la escena.
-“Está como partido… probablemente la presión del agua y el choque contra el fondo le produjo esa abolladura como pliegue, a unos 40 metros de la proa…”- señalé sin apartar la vista del enorme ojo de buey que, a modo de ventana, nos ofrecía un espectáculo fantasmagórico.
Los largos y gruesos cañones de proa y popa, se hallaban intactos. Bajo el castillo de mandos, dos tubos cuadrados con las cabezas apenas asomadas de los Exocet mar-mar demostraban el enorme poder de fuego que debía haber alertado a los ingleses.
El boquete más cercano a proa, producto del primer impacto, se veía oscuro y la luz de nuestros reflectores mostraba parte del interior desintegrado por la explosión y –posteriormente- por la enorme presión del agua. El segundo hoyo, producido por otro torpedo, lo habían desgarrado de tal forma que los ejes de las hélices estaban totalmente doblados y casi salidos de sus gigantescos bujes.
-“No debemos tocar nada. Es tumba de guerra y así debe quedar para siempre…” –Márquez estaba conmovido por la escena. No había luz natural a más de 3.000 metros de profundidad.
-“Qué silencio…” –Abhril se había contagiado de la emoción que nos embargaba a todos. “-¿Y esos bichos?” –preguntó cuando vio las criaturas.
-“Langostas de profundidad. Son ciegas y sólo a través de sus antenas, patas y ‘manos pinzadas’ detectan lo que tienen a su alrededor…” –le expliqué.
Una sombra, de largos tentáculos, apareció en el sonar.
-“Son calamares gigantes de la zona…muy pocas especies habitan a tres kilómetros bajo el mar “ –explicó el Guardiamarina.
El mini submarino dio una vuelta sobre popa y observó el panorama de estribor.
-“Por este lado se halla intacto”. La lancha motor está aún enganchada y flameaba como una bandera agitada por la corriente marina. Las letras, casi borradas por algas y crustáceos, todavía permitían ver “ARA General Belgrano”. En la cubierta de popa, bajo los cañones de retaguardia, se observaban otros dos tubos de Exocet navales, con las ojivas rojas dentro.
Un calamar, de unos dos metros y medio de largo, pasó delante de la circular ventana. Sus tentáculos se movían acompasadamente, como danzando una música ancestral.
En el tablero de mando del apretado habitáculo donde nos hallábamos, comenzó a titilar una luz amarilla.
-“Se nos acaba el combustible. Debemos regresar a la superficie e ingresar a las cabinas de despresurización” –señaló el Capitán.
Abhril y yo hab&#xxxx;íamos tomado unas doscientas fotografías que incluían tomas con zoom digitales de xxxx aumentos y filtros especiales para poca luz. Servirían para ilustrar mi segundo tratado sobre la Guerra del Atlántico Sur. Habíamos captado detalles inéditos, hasta ahora, de la tragedia que enlutó a los argentinos.
El “Explorador del Sur” inició el ascenso, con los motores apagados, desechando lastre.
Nuestra llegada a la superficie debía ser lenta, dada la gran presión a que fuimos sometidos, en semejante profundidad. Ni bien emergimos, el rastreador enganchó el aro superior del mini submarino, y lo condujo rápidamente hacia el carguero “Entre Ríos”, que hacía las veces de base de las investigaciones.
Nos metieron en individuales tubos para despresurizar y después de tres horas en los mismos, pasamos a las cabinas de control. Abhril y yo compartíamos una misma cabina con dos cuchetas rebatibles, baño estrecho, mesa bancos y pequeña heladera con agua mineral y jugos de frutas. Nada más podíamos ingerir hasta que no fuésemos revisados por los médicos. Y los líquidos debían beberse con cuchara, pausada y muy lentamente.
Los médicos tomaron nuestra presión, analizaron el fondo de nuestros ojos y propusieron que descansemos un par de horas, antes de ingerir el almuerzo.
-“Me muero de hambre, Total…” – dijo Abrhil
-“En poco tiempo comeremos…”
-“¿Qué habrán cocinado de rico…”
-“Lo de siempre. Pollo al horno sin sal y ensalada mixta sólo aderezada con limón. Recién de noche nos servirán los tallarines con estofado…” –le guiñé un ojo.
-“Uff… no sé si aguantaré…”
La abracé con ternura y ella buscó mi boca. El beso fue intenso. Hambriento de cercanía. Apasionado.
Las manos de ambos comenzaron con la tarea de quitar todo trapo que nos cubría. En un minuto, sólo vestíamos medias blancas de algodón. Diez segundos después las medias estaban sobre la heladerita. Los besos y las caricias se hicieron más intensos. Nuestros cuerpos estaban tan pegados uno al otro que las sombras que proyectaban se confundían en una sola sombra.
Empujé el catre superior hasta dejarlo paralelo a la pared y caímos, juntos, en la cucheta inferior.
La sangre nos hervía (y no precisamente por la despresurización). Abhril bajó a capturar mi pene. Actuó con tal ímpetu que creí lo confundía con una pata de pollo asado, dada su hambre confesa.
Sin embargo, su hambredad era otra. Su apetito, sexual. Comenzó a succionar el glande y con posterioridad lo perdió en su boca en garganta profunda, muy húmeda y alternada con lengua y rotación de labios.
Toda la zona erógena fue lamida y besada. Dedos y palabras. Palabras y lengua. Lengua y saliva. Saliva y chupones. Casi con violencia la di vuelta y comencé mi tarea en su rosada y depilada almejita. A sus palabras y lengua, mi lengua recorría clítoris y punto G sumergiéndola, profundamente, en su sexo. Subí para prodigarle un beso negro que la hizo agitar de tal forma que terminó confesándome:
-“Te quiero coger… te quiero coger…”- me dijo casi gritando.
Y sin meditarlo, látex de por medio, se introdujo todo el pene en la vagina que degustara con mi boca. Fue una máquina. Ora lenta. Ora atacada por un vértigo que hacía suponer era movida por una biela de Fórmula Uno. Imposible de saber cuantos movimientos pélvicos por segundo producía la fémina. Lo que sí sabía era que había estallado en la joven una explosión rayana en la ninfomanía. Se movía alocadamente con y sin ritmo. Con grititos y muchos suspiros. Arrojaba la cabeza hacia atrás para luego tirarse cuan larga era sobre mi humanidad y darme unos besos ardientes, tratando que su lengua hurgara mi laringe hasta casi provocarme arcadas.
Yo la ayudaba, como podía, tomándola de sus nalgas o bien de sus hermosos senos, redondos y altivos.
No la podía dominar. Estaba fuera de sí. Y allí me gritó:
-“Voy a acabar, Total. Me vas a hacer acabar” – y estalló en orgasmo superlativo.
Y digo que estalló en orgasmo porque nunca me pasó, con una escort, algo semejante. Mojó todo mi vientre con un líquido blancuzco que despidió en un chorro, luego del cual se arrojó sobre mí, exhausta y agitada. Sonriente y con cara de haber logrado un Premio Nóbel.
-“Me mojé toda, Total. Acabé como nunca…” –su agitación se fue moderando hasta recuperar el equilibrio. Fue hasta el baño a lavarse y, con una toalla húmeda, secó mi cuerpo de sus jugos.
Arrojó la toalla y me enfrentó cara a cara. Su sonrisa se hizo bien perra. Ladeó los labios y me dijo:
-“Ahora te toca a vos, Totalito... Te voy a hacer todo lo que te gusta.
Y juro por los dioses del Olimpo, que lo hizo.
Si señor…lo hizo.
No era humana.
Era una máquina de succionar mi pene. Rápida e intrépida. Golosa y salvaje a la vez. Descontrolada, pero con ritmo. Acompañando con sus manos la obra de ingeniería sexual que estaba acometiendo.
Hasta que no aguanté y le llené la boca de semen. Grité un “-Tomá….tómalo todo” – y no quedó rastro de semejante expulsión. Volcó mi exudado testicular en el baño y se enjuagó la boca.
Apareció sonriente. Con cara de triunfo supremo. Y con esa mueca de: “ lo logré”, se arrojó sobre mi cuerpo.
Y así, abrazados. Unidos por el placer mutuamente brindado. En la penumbra del buque, quedamos adormecidos hasta que nos despertaron los golpes en la puerta, llamando a almorzar.
La realidad cotidiana y el “criminal” olorcito que provenía de la cocina hizo apresurar la higiene y completar el vestuario.
Así, tomados de la mano y sin importar las miradas burlonas de los investigadores, oficiales y marineros, llegamos al comedor para devorar el pollo insulso y la ensalada aderezada sólo con limón.
¿Les había mencionado antes el insípido menú?.-

Total.esunratito