[XP] MAYRA: BUSCANDO EL PARAISO

Viernes 5
-“¿Dios: dónde escondes el Paraíso?” -Fue la primera pregunta que le hice cuando ingresé al templo mayor. –“¿Dónde está el lugar, al que van las almas?” –continué
-“Demasiado preguntas juntas, Total” –me respondió el sacerdote, que se hallaba a mi derecha.
-“¿Hay respuestas?” –inquirí girando la cabeza hacia donde se hallaba.
-“Sólo en la Fe puedes hallar las respuestas a tus preguntas…”
-“¿Y existe la forma de demostrar lo que la religión dice, padre?”
-“Puedes dudar lo que millones de seres humanos creyeron, creen y creerán durante siglos?”
-“Pero, padre, dónde está el Paraíso?”
-“Pregúntaselo a tu ángel custodia, Total. Pregúntaselo a él”.
-“Nunca he visto uno, padre”
-“Sin embargo muchas veces me has dicho que crees que, en los peores momentos de tu vida, en los instantes que la desazón, angustia y desesperación te embargaban, creíste que ‘alguien’ puso una mano en tu hombro…”
-“Si, es verdad. Pero no era un ángel. Creo que fueron mi padre, mi madre o mi hermano los que ayudaron a encontrar el camino correcto…”
-¿”Viven?”
-“No. Han muerto…”
-“¿Entonces cómo sabes que no fue un ángel el que te guió para hallar soluciones”.
-“Hablamos del espíritu de mis progenitores y de mi hermano. No de un ser… de un ángel…”
-“¿Acaso un ángel no es un espíritu protector? Un ser no corpóreo que se halla presente en las mayores religiones que han existido y existen en la historia de la humanidad. Un ángel también puede ser el espíritu de un antepasado que te protege, Total. Como vez, no es tan fantástica la idea”.
Salí del templo continuando con mis elucubraciones.
Había escuchado que en Suiza se va a encender una gigantesca máquina agitadora de partículas, una máquina de 27 kilómetros de largo que se utilizará para bombardear protones y descubrir los orígenes del universo. Una máquina que, por servir para este fin se la denominó: “La máquina de Dios”.
Podrán descubrir la primera partícula atómica que produjo el gran estallido de la Creación… ¿Pero: quien puso esa primera partícula allí, en ese instante preciso? Todo lo que existe tiene un tiempo. Un instante. Y tal vez el reloj sea el instrumento que nos ha permitido discernir sobre la historia de cada ser, de cada cosa, de cada planeta. La memoria histórica es la que nos diferencia del mundo animal. ¿Cómo se explica, entonces, esa primera partícula suspendida en la nada, provocando la reacción en cadena fundacional del universo?
Y si esto fue creado por un Ser superior. ¿Quién creó a ese Ser?
Tal vez los habitantes de una tribu perdida en la inmensidad del África central no cuestionan tanto estos temas, porque para ellos lo divino los rodea en árboles, plantas, flores, pájaros y animales. Pero yo soy un escuerzo de ciudad que tiene otras obligaciones, otros compromisos y un cerebro interrogante que no para de bombardearme con preguntas.
Con todas estas palabras agitando las neuronas del pensamiento, salí a la calle y me introduje en lo cotidiano del mundo real.

Sábado 6
Estacioné el auto y me dirigí al cajero automático. Necesitaba comprobar acreditaciones y extraer algo de dinero. No podía abrir la puerta. Un chico, un niño de once años, dormía dentro protegiéndose del tremendo frío y llovizna que cubría la Ciudad Autónoma.
Lo miré tras el vidrio. Era el mundo real. Dormía sobre dos cartones y se tapaba con otros dos.
Gastaron seis mil millones de dólares en fabricar una máquina para descubrir los orígenes del universo, mientras allí, frente a mis ojos se hallaba un niño (y vaya a saber cuántos más dormían en condiciones tan precarias) tiritando de frío, con ropas sucias y raídas. Tan sucias como sus manos. Tan raído como su horizonte futuro.
Volví al auto. Saqué las seis empanadas de carne que había traído para almorzar y regresé al cajero. Golpeé el vidrio y se las entregué en silencio, casi pidiendo perdón.
No hubo palabras más que un tímido “gracias”. Lo dejé en su “dormitorio” viéndolo devorar como si se tratase del más exquisito plato de comida.
Me dirigí a otro banco cercano a realizar las operaciones previstas.
En la oficina terminé unas notas. Preparé comunicados e hice decenas de llamadas sin poder quitarme de la cabeza esos dos absurdos extremos: “La Máquina de Dios” y el pobre niño durmiendo en el cajero de un banco de capitales multinacionales.
-“¿Dónde escondes, Dios, el Paraíso?” –me dije a mi mismo, tal vez como rezo angustiado.
Después de almorzar un sándwich noté que la única conectada a BG, era Mayra.
Envié un MP y respondió en un minuto.
-“¿Te puedo hacer una pregunta indiscreta” –le escribí
-“Si, dale” –fue la respuesta de la bella morocha
-“¿Tienes televisor? Me gustaría ver el partido.”
-“Estoy en casa. No tengo por ahora departamento… ¿Quién juega?”
“Esta mina está más descolgada que hamaca en el piso” –pensé
-“Juegan Paraguay y la Selección, por las eliminatorias del Mundial” –le escribí- “No importa, te invito a tomar un café, un vino con una pizza, o comer lo que desees. Si ganamos: ‘festejamos’, si empatamos: ‘festejamos’ también”.
-“Dale. Me preparo y nos encontramos, pero te advierto que estoy a dieta” –respondió
Pasé a buscarla por San Telmo. Vestía tan formal como una espía internacional. Cabello recogido, colita atrás, gabardina y zapatos negros. Le faltaba la Beretta 9 mm y era la émula de xxx, en femenino.
-“Hola Total!” –me saludó con un beso. –“Qué frío. Toca mis manos”
Me acerco sus palmas a las mías. Estaban más frías que las de un muerto. ¿Por qué será que algunas mujeres tienen ese don de la piel freezer en manos, rodillas y cola?
Rumbeamos por el bajo. Todos los pocos bares abiertos estaban abarrotados. Doble hacia Palermo y terminé en el hotel de Charcas y Anchorena.
-“¿Ya empezó el partido”? –le pregunté al conserje que habrá pensado: “Este gordito viejo y boludo, con ese minón patrio, en un telo para ver el partido”
Entramos a la habitación y Mayra me comió la boca con un beso profundo, intenso, salvaje. Las prendas fueron cayendo poco a poco hasta que pido ‘tiempo’ para higiene. Retornado a la acción las cosas fueron creciendo con mayor intensidad. Desprendí el soutiens y acaricié los abundantes pechos de la joven. Bajé y mi lengua jugueteó con sus pezones. Mayra reaccionó como tocada por un cable eléctrico. Caricias, muchos besos, manos inquietas que hurgaban nuestros sexos y así caímos en la cama. Ya desnudos continuamos con los besos y las caricias. Tomé su cabeza entre mis manos y la besé por todo el rostro. Ella dejaba recorrer su piel con mis manos.
Fueron minutos de gran ternura. La ternura que despierta una mujer como ella. Ternura que la lleva a amoldarse a mi cuerpo, buscando el placer que todo humano siente ante las caricias del otro.
Fue placentero. cargado de erotismo. Fueron eróticos los besos y las manos de uno masturbando al otro. Buscando el clímax preciso. El punto de inflexión que el sexo promete cuando se desea sexo.
La acosté y bajé lentamente de sus senos a la entrepierna. Sentí su piel erizarse. Fueron 14 o 15 minutos de lengua y vagina. De labios rosados cargados de miel que fluía de sus profundidades. Su goce era mi goce. Los suspiros de Mayra eran continuos. Como continuos los movimientos pélvicos que preanunciaban el éxtasis buscado. Su mano no dejaba de masturbarme sumando su saliva a mis secreciones para facilitar el roce subliminal que me llenaba de placer.
Llegó el primer orgasmo de la fémina. Suave. Con pequeños suspiros gritados casi en sordina. Músculos tensados como cuerdas de piano y un vibrar que recorrió toda la superficie del cuerpo deseado.
Luego se acurrucó a mis pies y atrapó el pene con labios jugosos. Fue un instante prolongado. Labios y lengua que lamían toda la zona erógena, con la suavidad de la piel del durazno.
Me atrajo hacia su cara y me besó con pasión. Abrí sus piernas y apoyé mi glande en su vagina. Lo tomó con las manos y procedió a masturbar el clítoris con él. Buscaba repetir el orgasmo. Y la dejé hacer. Lo repito: su placer era el mío. Nunca fue esto tan certeramente confirmado como con Mayra.
Después: el descontrol de todo. Penetración moviéndose sobre mi vientre. Penetración anal en varias posiciones. Y de esta manera descargué el resto de semen que aún guardaba, (después de esa masturbación más cercana a un ordeñe de jugos prostáticos).
Abrazados encendimos el televisor. Y abrazados nos despachamos con los últimos 14 minutos del primer tiempo.
En el entretiempo, siguió la acción. Manos y lenguas ansiosas. Masturbación de uno al otro y penetraciones gozadas. Ya nuestros cuerpos estaban brillantes de transpiración. El frío confesado por Mayra, al subir al auto, era sólo un recuerdo lejano que jugó a la escondidas con el olvido. El cuerpo de la fémina exultaba calor. Y así, como tranzados en lucha libre, desparramando las sábanas y perdiendo la noción del tiempo, llegó el segundo estallido de éxtasis compartido.
Recién nos dimos cuenta que Argentina había empatado.
Aprovechamos para ducharnos juntos y seguir mimándonos bajo el agua caliente.
La dejé por Callao. Donde ella pidió la acercara.
De regreso a la oficina, (eran las 18,20 horas), los momentos vividos me llevaron a reflexionar nuevamente:
-“¿Dios: dónde escondes el Paraíso?”
Y, ya místico, respondí:
-“Lo escondió dentro de cada uno. Lo escondió en las fantasías, en las visiones utópicas de esperanzas y proyectos realizados. En los besos y caricias (aún los comprados, porque también nos dan felicidad). En el pronóstico de amor intenso. Está en los hijos que nos trascienden y en la sonrisa que les robamos cuando demostramos que los amamos. Está en el sol. En el cielo azul. En el estallido primaveral cargado de perfumes. Está aquí. Ahora. Nos rodea. Está, también, en las curvas maravillosas de Mayra, que recorrí sin empacho y disfruté sin reloj cercano, observando absorto que ella, con caricias y ternura, había tomado mi mano y tiraba de ella, haciéndome transitar un arco iris de mil colores, viajando por el placer de acariciar su piel”.-

Total.esunratito