Iniciado por total.esunratito
Relato de ficción con sexo real… muuuy real
El viento soplaba del Norte con tal intensidad, que la orilla se había alejado unos cien metros. El oleaje espumante del mar se oía como en sordina.
Las gaviotas luchaban contra el ventarrón cálido, buscando su presa en la bajamar, devorando el abundante desayuno de moluscos desprevenidos.
Bajamos los médanos sufriendo el agudo golpe de la arena sobre nuestra piel. Alondra casi pierde el pareo que flameaba como una bandera, dejando ver las abundantes curvas de la morena, coronadas por dos pechos turgentes, que ella luce con orgullo.
Fue en ese momento que divisamos la estructura herrumbrada del buque a vapor.
Si no fuese porque en un sector el nombre se halla en relieve, nadie sabría que se trata del Karnac. Buque a vapor, otrora navegante de dos océanos, cargando guano en sus bodegas y pasajeros intrépidos en apretados camarotes, que se aventuraban a comienzos del Siglo XX a cruzar los estrechos del sur americano rompiendo olas y soportando tempestades.
En su última travesía, un fuerte oleaje y viento de estribor, lo arrojó hacia las playas bonaerenses, encajándolo allí, delante nuestro, lejos del agua.
Manos rapaces fueron destruyendo todo lo que contenía. La caja de engranajes del ancla, durante un tiempo se usó para hacer funcionar las impresoras y linotipos del diario “El Tribuno” de Dolores, en un artilugio mecánico que solo un genial artesano pudo transformar lo inútil en útil.
Sus chimeneas desguazadas, los respiraderos arrancados, poleas y cabestres robadas, ojos de buey cortados para uso familiar, dejaron ese triste esqueleto abandonado, silencioso testigo del irrespetuoso ladrón argentino que rapiña todo, hasta dejar un cadáver metálico semi cubierto por las dunas.
-“¿Es de verdad?” –preguntó curiosa la mujer color chocolate.
-“Si, fue uno de los buques cargueros que abastecía de guano a los agricultores de Argentina y Uruguay.” –le expliqué.
-“¿Guano?”
-“Excrementos de aves que durante decenas de años se acumulan en las rocas del Pacífico, entre Chile y Perú, ricos en nitratos, fósforo e iodo. Se utilizaba hace años para abono y productos químicos. Te voy a contar la leyenda del Karnac…” –le dije. Alondra se sentó en la proa y prestó atención.
-“Este buque, hacía el recorrido de Lima a Buenos Aires y Montevideo trayendo las bodegas cargadas de guano a granel. También contaba con 8 camarotes, donde viajaban pasajeros que no podían costearse el traslado en barcos de pasajeros. Allá por comienzos del Siglo pasado, el Karnac traía un grupo de bailarinas francesas que habían participado de una gira por Perú y Chile, cuando lo sorprendió una tormenta en medio de la noche. Encallaron en este lugar en un momento de mucha pleamar, por eso quedó tan alejado de la costa. Todos bajaron, a la mañana siguiente, para discutir como harían para pedir ayuda. Las bailarinas estaban tomando sol (por aquel entonces sólo podían mostrar los pies y tobillos bajo los largos vestidos) cuando de pronto apareció un jinete, de torso desnudo y pantalón raído, montando ‘a pelo’ un caballo alazán.
Imagínate, cuando lo vieron creyeron se trataba de un indio feroz… o tal vez un caníbal… y el terror se apoderó de las bataclanas. Pidieron ayuda a los tripulantes que, revólver en mano, se aprestaron a defender el honor de las damas.
Sin embargo, no se trataba de un indio. Mucho menos de un caníbal. Era un joven de apellido Álzaga que, al ver a los náufragos y escuchando los gritos y pedidos de auxilio de las damas, se dirigió a ellas en correcto francés.”
-“Vaya… qué historia más sabrosa…” –Alondra tenía los ojos muy abiertos.
-“Este Álzaga, era pariente de los dueños de esas tierras, los Guerrero. Vivía casi como un ermitaño en una estancia del Tuyú. El los ayudó a llegar hasta Dolores, en carros y carritelas, que eran los únicos medios de transporte que podían transitar por los bañados y cangrejales que existían por esos pagos.
El Karnac quedó abandonado el tiempo suficiente para que el pillaje de varios oportunistas comenzara su desguace lento e inexorable. Se robaron su carga, mantelería, platos, cubiertos y cristalería, objetos de bronce, cajas eléctricas, pisos de madera, puertas y ventanas, su sistema de engranajes de bronce para levantar el ancla, las poleas, cuerdas y botes salvavidas. Y esto es lo que quedó de él en casi xxx años de naufragio: un pesado cascajo de hierro y óxido que no pudieron robar…”
Cuando nos alejamos del esqueleto metálico ya había aminorado el viento y caminamos un buen rato hacia el hotel donde nos hospedábamos. El parque del frente aún tenía el césped húmedo y frío. Recorrimos descalzos por la verde gramilla graciosamente podada y nos adentramos en la habitación.
Sacudida la arena de nuestros cuerpos me acerqué a la morena por detrás, tomándola de la cintura y paseando mi lengua por los hombros hasta trepar por el cuello hacia su boca.
El beso estallaba de calor. Las lenguas eran dos víboras que buscaban enroscarse para un apareo de saliva y sabor de uno y del otro.
Las manos de ambos hurgaban el cuerpo que tenía enfrente, deteniéndose en las regiones más placenteras y haciendo caer lo que aún nos cubría.
Ya desnudos se desató un verdadero vendaval de pasión por sexo.
Implacables.
Sedientos de mil besos y caricias multiplicados por mil.
El tiempo no existió para ninguno de los dos. Ni existieron los sonidos que ingresaban por las hendijas de la ventana, ni siquiera el inquietante “plop” de una canilla mal cerrada que resonaba como si un badajo golpeara sin piedad un gong.
No fue temporal.
No fue auditivo.
Fue sensual hasta el horizonte sensual.
Fue erótico hasta el infinito erótico de nuestros cuerpos.
Y allí, inmersos en el placer de piel sobre piel, nos entregamos extasiados al sexo oral sin censura. Al puro goce de la hembra sedienta y del macho extasiado de unos labios carnosos que absorbían el pene como si fuese el biberón de la vida.
El éxtasis no se demoró en tensar ambos cuerpos. El grito sordo de ambos reglamentó el destino de nuestros jugos. Hasta el relax que nos dejó casi adormecidos.
Como el tiempo era un jirón de olvido desconozco si restablecimos fuerzas con mediata inmediatez.
Lo que sí recuerdo es hallarme tremendamente excitado, en el nuevo recorrido de mis manos por el cuerpo de Alondra.
Y ella así lo percibió.
Por eso volvimos al sexo puro. Al goce impiadoso con las más variadas formas de penetración.
Y así durante el ocaso de ese día inolvidable.
Con el sabor indeleble de una piel salada por el mar.
Abrazando una diosa del sexo y del placer, pintada color chocolate y con besos tan cálidos y profundos, como solo ella sabe dar.-
Total.esunratito
Tarifa: Según viaje a convenir con la escort
[Solo miembros ven links]
|