Iniciado por total.esunratito
La vista no era agradable.
Más de un millar de pájaros muertos hacían el aire casi irrespirable.
Los insectos revoloteaban sobre los cuerpos putrefactos relamiéndose ante el festín.
Hasta que, como un espectro de veloces movimientos, apareció la loba.
Orejas paradas, buscando sonidos de alerta como sensibles radares.
En el complejo manto oscuro de la noche su mirada era demencial.
Y tras ella fueron apareciendo, en lo alto de la lomada, una y otra criatura de ojos redondos y boca con afilados colmillos.
Más pájaros cayeron del cielo con sus alas mustias y patas encogidas. Algo presagiaba una nueva lluvia de cadáveres alados.
La loba, emitió un sonido de llanto mientras las demás criaturas que la acompañaban imitaban ese canto lánguido y gutural, que solo los canes gritan.
Los lobos, lobas y lobeznos, movieron sus patas y, en total silencio, bajaron hacia el llano relamiéndose ante una cena servida por una mano celestial ignota.
Cada animal escogió su comida.
Los cuerpos más frescos.
Los más grandes.
Los más tiernos.
Hasta que toda la jauría tuvo su presa entre las fauces.
Mientras. En lo alto del terraplén la loba vigilaba.
Fue en ese instante que cayó la niebla.
Densa.
Sin viento que la instara al traslado.
Sólo cayó sobre los cuerpos, como un velo espeso de silencio indiscreto.
La loba levantó la cabeza y su nariz se movió como empujada por un temblor corporal. Algo la inquietaba. Olfateó el aire y dirigió la vista hacia el lugar donde me encontraba.
Un frío recorrió mi espalda, erizando los pelos de la nuca como un rayo eléctrico que recorría la piel.
La niebla cubrió su imagen. Hasta que reapareció, frente a mi escondite.
Los ojos azules me paralizaron, impidiéndome reaccionar.
Una sensación de contacto caliente bajó desde mi pecho hasta la entrepierna.
Allí desperté. Aún sin saber dónde me hallaba. Miré hacia atrás. Un gran espejo tapizaba la pared de lado a lado.
Ese espejo me devolvió un contorno femenino. Miré hacia ella y los mismos ojos azules de la loba, se acercaban a mi rostro.
-¡Total… estabas roncando…! –me dijo la morocha.
-¡Tuve un sueño extraño, París…! –hice un ademán, pero ella se arrojó sobre mi cuerpo.
-¿Lindo?
-Casi una pesadilla…
-Entonces ven, que con unos mimos te relajo del todo…
-Siempre me relajas… -sonreí- …contigo nadie sueña por el solo soñar.
Y así fue. Tal cual lo titulé.
Con París nadie sueña por el solo soñar. Ella despierta el morbo y te transporta a la realidad.
Dando sonoros besos cargados de miel, selló mis labios y comenzó a bajar –lentamente- desde el cuello hasta el área más sensible.
Los recuerdos comenzaron a estallarme y agitar las neuronas.
Había llegado al departamento como un zombi, agotado después de diez días de trabajo intenso y sin pausa donde no respeté ni el domingo del Señor.
Estaba, además, empapado. La lluvia había mojado una parte de mi generoso cuerpo y esto aceleraba el estado de agotamiento.
Pero iba a festejar.
A festejar mi cumpleaños con París, que me abrió la puerta vestida con un dos piezas de satén rojo, ceñido a su escultural cuerpo. Sus ojos, artificialmente azules y ese pelo lacio azabache, anunciaban una noche memorable de relojes tapados y teléfonos desenchufados.
Le entregué la torta y la botella de champagne fría.
Arrojó una toalla que tomé en el aire y me dirigí a la ducha.
El agua caliente aflojó los músculos.
Después de secarme (ayudado por las manos de París) arrojé mi cuerpo en la cama, mientras la dama iba a guardar la botella y la torta de crema chantilly, mouse de chocolate y enormes y coloradas fresas.
¿Fue en ese instante que me sumergí en la pesadilla?
No me di cuenta. Fue casi instantáneo.
El cansancio me agobió y caí en el profundo sueño del comienzo.
Ella, al ver mi estado, me dejó dormitar cinco minutos, hasta que, con caricias indiscretas, me trajo de nuevo a la realidad.
Sus labios sellaban mi boca con fuerza. Como si intentaran devorarme de un bocado.
La lengua de la fémina recorría el paladar del abajo firmante y se trenzaba en una lucha de esgrima con la mía. Jugosa.
Inquieta.
Sedienta.
Sin brújula que la guíe.
Caliente.
Así es París, la diosa del placer elegida ese día, tan singular en mi vida.
No tardó en atrapar mi sexo. Y lo perdió dentro de su boca.
Sentí su saliva mojar mi entrepierna y esos labios carnosos y de fuego que subían y bajaban como un pistón de Formula Uno.
Me entregue a su manipulación. De esa forma caí en ese sopor placentero e indescriptible de un sexo bucal excelentemente realizado.
Acariciar su piel. Recorrer con las palmas de las manos ese torbellino de curvas suaves y aterciopeladas. Las piernas bien torneadas que finalizan en dos pequeños pies de uñas carmesí. Y presenciar ese bucal que agitaba la negra cabellera a cada embate, hasta que extrajo la última gota de semen mientras todo mi cuerpo se tensaba en un estertor de éxtasis.
Descanso. Higiene.
Nos sentamos a la mesa a degustar la torta y a brindar por un año más de vida.
Luego, se desató por segunda vez ese torbellino de sexo y lujuria que es París.
Nuevamente en la cama saltó refregándose sobre mi cuerpo como gata mimosa y en celo.
Me cabalgó con furia y gritó cada orgasmo sin importar la vecindad.
Fue tremendamente erótico observar, cuando acaba, como se tensa y clava sus dedos en mi piel.
Ya de madrugada, me despedí y choqué con la humedad porteña del nuevo día, prometí volver a ese nido adictivo donde reina una loba de lengua generosa y besos de noviamante, que te transporta a paraísos de placeres inigualables y momentos imborrables de felicidad.
Gracias, París, por el hermoso cumpleaños que me permitiste compartir contigo.-
Total.esunratito
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